En mi vida he viajado mucho en transporte público. Más que viajar diría que me he movido en metro, autobús y ferrocarriles por la ciudad de arriba para abajo. Supongo que es algo normal cuando vives en una gran ciudad. De jovencito tres veces a la semana cruzaba la ciudad para entrenar en un equipo de futbol o en otro, más adelante unos cursos por aquí otros por allá y la Universidad. El primer trabajo que tuve después de la carrera y dónde permanecí unos años, me llevó a cruzar la ciudad de Barcelona de punta a punta, de río a río… cada mañana me preguntaba que carajo hacía de la renfe al metro, y del metro a los ferrocarriles y de ahí al lavoro. Las distancias y los caminos nunca han sido una barrera para mi si al otro lado había una buena lumbre.
Aún hoy sigo haciendo trasbordos bajo tierra y son muchas las anécdotas que me sorprenden y me hacen reír. Uno cuando entra a trabajar a una hora determinada siempre se encuentra a los mismos a la misma hora en el mismo tren o vagón, a veces incluso en el mismo asiento… nos llegamos a familiarizar tanto con esos compañeros diarios que somos íntimos desconocidos. Recuerdo un día corriendo la cursa del Corte Inglés, yo estaba corriendo y un señor desencajado que corrió a mi lado durante un buen rato me traía loco… lo miraba y pensaba, a este tipo de qué lo conozco… en un principio pensé que era un vecino pero finalmente caí, era un compañero de viage matinal, un señor de unos 40 años que bajaba en la misma parada que yo y que entraba a tomar café en el primer bar que cruzábamos, en ocasiones si yo perdía el tren lo veía dentro del bar leyendo el diario. Al final del trayecto nos saludamos y entablamos una conversación como si ya hubiéramos hablado otras tantas, pero era la primera vez. Y es que estos íntimos desconocidos compartimos muchas cosas, muchos bostezos, deseos de dormir, malas caras, caras felices, estornudos, pelos despeinados, prisas… Me encanta la espontaneidad de la gente y en el transporte público las personas somos nosotros en medio de todos los demás, gente desconocida y corriente, diversidad a tope, locos, pobres, músicos, gente mayor y algunos que son todo a la vez.
Así que voy a ir escribiendo algunas cosetas sin más, hoy mismo el tren iba a tope y observando el panorama se me ha ocurrido que podríamos catalogar y hasta patentar una figura: el aguilucho. Siempre hay personas aguiluchas que están a la que salta por que alguien se levante para ocupar su cómodo lugar. Descontando a las personas mayores que merecerían ir en un sillón con masaje incluido, embarazadas, lisiados… el resto estamos en igualdad de derechos y deberes. A todos nos gusta viajar sentados, pero es que estos aguiluchos quieren sentarse a toda costa, además cren fervorosamente que merecen ese lugar e incluso cuando no lo tienen miran a los pasajeros sentados como diciendo… ya está bien egoístas os podríais levantar que somos muchos. En consonancia con su actitud, no rehuyen una disputa verbal, un empujón y una peleílla para salirse con la suya y llevarse el gato al agua. Esta gente que repiten azañas a diario son verdaderos aguiluchos del entresuelo de la ciudad, no parecen mala gente ni mucho menos, pero son aguiluchos.